La localidad de Meliana acaba de rendir homenaje a los fundadores de una empresa, Pavimentos de Mosaico Nolla, que durante más de un siglo caracterizó la vida de una población a la que transmitió notoriedad, prestigio exterior y, sobre todo, el bien más preciado, que es el trabajo. Durante décadas, miles y miles de jornales han contribuido al sustento y al bienestar de una buena parte del vecindario que, una generación tras otra, ha prestado a la empresa sus mejores años. Esa simbiosis del trabajo, que ha unido a empresa y pueblo, es la que se ha evocado a través de las recientes celebraciones.
La fábrica de pavimentos de Mosaico Nolla fue fundada en 1860 por Miguel Nolla Bruixet «un mozuelo que apenas contaría 20 años», según reza un reportaje que LAS PROVINCIAS publicó sobre la historia de la firma industrial en 1895. Procedía el muchacho de la ciudad tarraconense de Reus, desde donde sus padres, «como buenos catalanes, lo enviaron para que se labrara un porvenir».
«A fuerza de trabajo y laboriosidad», según señaló el reportaje firmado por Mateo, consiguió «montar un gran almacén de géneros extranjeros» que le permitió, a los 44 años, haber hecho una fortuna considerable. Tanto, que podía incluso pensar en dejar de trabajar y vivir de sus rentas. Sin embargo, si seguimos al pie de la letra el relato que el periódico incluyó en sus páginas, la ociosidad fue nefasta para la salud del empresario Nolla, cuya «naturaleza fuerte se quebrantó tan visiblemente que preocupó larga temporada a los galenos».
No obstante, hubo un médico que acertó en el tratamiento que el emprendedor necesitaba: «le recetaron una droga muy medicinal, el trabajo». Que el aún joven Miguel Nolla se suministró con notable éxito. Fue entonces cuando quiso traer a la huerta de Meliana, donde tenía una pequeña propiedad campestre, cuanto había visto en las fábricas de porcelana de Minton.
Se dice que su ansiedad por el proyecto concebido le llevó a comprar veinticuatro hanegadas de tierra alrededor de su casa de campo; y que no pudo esperar siquiera a que las cosechas de trigo plantadas en aquel suelo terminaran de germinar. "Ordenó que los segasen", dice el reportaje de nuestro periódico, que añade que, puesto en marcha el proyecto industrial «allí enterró muchos millones». Con su yerno y su cuñado de eficaces colaboradores, Miguel Nolla creó la empresa cuando la vieja Valencia aún tenía en pie sus murallas y toda la modernización estaba por hacer. Hoy en día, los pavimentos de la empresa subsisten en muchos edificios, entre otros el Palacio Municipal de la Exposición o la propia sede central del Ayuntamiento de Valencia.
Lo que Pavimentos de Mosaico Nolla aportó a la industria valenciana y española fue la modernidad del diseño y la eficacia técnica. Lo que hoy llamaríamos I+D: pavimentos hidráulicos de gran calidad, baratos y de gran resistencia, que se componen de teselas geométricas que pueden ser montadas en suelos o frisos con la mayor facilidad y resultados sorprendentes. En el tiempo en que el arquitecto valenciano Guastavino triunfaba en Nueva York con sus bóvedas y composiciones cerámicas, Nolla, en España, trabajó en campos parejos no menos éxito innovador.
Porque más allá de combatir con cerámicas los riesgos de incendio y deterioro de las maderas, la empresa Nolla, a base de incrustaciones cerámicas, contribuyó a cambiar las posibilidades decorativas en fachadas, paneles y remates de edificios, en un tiempo en que las ciudades se estaban renovando en profundidad y, como Valencia, proyectaban crecer en zonas de Ensanche.